¿Cuál es la fuerza de una dictadura? No es la dictadura. En otras palabras, es que los dictados impuestos son aceptados por la mayoría. Para conseguirlo, la receta es sencilla: consiste en despertar miedos. Todas las medidas intrusivas, restrictivas y opresivas se justifican (por lo tanto, se aceptan) con el siguiente lema: “Por su seguridad…”: “Por su seguridad, este espacio está bajo vigilancia por vídeo”; “Por su seguridad, le pedimos que use casco”; “Por su seguridad, le pedimos que utilice una mascarilla”. Por su seguridad, exija al Gran Hermano; por tu seguridad, sé un delator, por tu seguridad… Por eso no creo en el camino de las urnas para cambiar la sociedad, porque si mañana un partido genuinamente revolucionario, defensor del nacionalsocialismo, amenazara con ganar el elecciones, entonces el Poder anularía las elecciones diciendo: “Por tu seguridad (entiéndelo: para protegerte del ‘fascismo’), estamos interrumpiendo el proceso electoral”. Como sería de esperar, la ONU aprobaría esta decisión.
Pero, por ahora, esta posibilidad sigue siendo impensable, porque cuando la mayoría tiene miedo -miedo a la agresión, miedo al accidente, miedo al más mínimo virus- se refugia en el último bastión seguro: la esfera privada. Una esfera que quiere lo más acogedora posible. Su horizonte se limita entonces a preservar sus ganancias sociales, su comodidad y su tranquilidad. Es el reino del individualismo. Una sociedad así es todo menos revolucionaria. Segunda razón por la que no creo en el camino de las urnas.
La revolución vendrá cuando la gravedad de la crisis golpee la esfera privada. La gente que no tiene nada que perder se atreverá a salir a la calle. Queda por ver en qué dirección actuarán, porque cuando golpea la escasez, hay dos vías posibles:
1- El camino del menor esfuerzo, que exige igualdad para todos: quitar a los ricos para dárselo a los pobres. Es el comunismo con mil caras, con su estado en expansión, que se supone que garantiza todo al pueblo.
2- La restauración de un mundo de abundancia mediante el esfuerzo nacional y el don de uno mismo en una sociedad orgánica para el bien común; es el nacionalsocialismo.
En mi opinión, el comunismo no es revolucionario: es la etapa final de una sociedad que exige una organización tipo hormiguero donde el mero pan esté asegurado a costa de lo que sea (La democracia es incompatible con el pensamiento elevado). El hombre se acerca entonces a la animalidad.
El nacionalsocialismo es otra cosa, porque recomienda el sacrificio en nombre del Bien Común. Por tanto, no lucha “contra” (contra el patrón, los ricos, contra quién conozco…) sino “a favor”: por un proyecto de sociedad orgánica. Si tiene enemigos (el comunista, el financiero sionista…), es accidental. Como resultado, el nacionalsocialismo no se basa en el miedo sino en la esperanza que infunde un ideal superior. Lejos de atenuarlo, una visión espiritualista del Hombre lo refuerza. Por eso el nacionalsocialismo no es una dictadura y sigue siendo favorecido por la Providencia, al menos mientras conserve sus características primarias.
La gente comprenderá entonces que soy un nacionalsocialista espiritualista, sin miedo ni odio, que escudriña la Historia para aprender de ella y, así, dar esperanza al presente.