Frente a la masificación, una nueva Aristocracia. Por Isidro J. Palacios

La ruptura con la mentalidad de los partidos políticos contemporáneos venía a justificarse en dos vertientes: por un lado, el tajante desprecio ante los programas y por el otro, la renuncia clara al afán proselitista. El partido político moderno, fiel a su origen fundamentado en una cultura libresca, enciclopedista o ilustrada, ha olvidado la primacía del principio cultural formativo y, por ello, sigue creyendo hoy día que los problemas vivientes se pueden resolver con frías formulas o inmejorables constituciones bien ensambladas. Para el Movimiento Legionario, en cambio, la cuestión estaba en el hombre. «No debemos crear programas» -exponía Codreanu- «sino hombres nuevos». Y sobre esto ya se ha dicho lo suficiente.

Así como la antigua Caballería no andaba reclutando adeptos a los que imponer sus ideas y estilo, sino que respetaba la diversidad del mundo y, por consiguiente, la estructura de vocaciones y temperamentos humanos, los legionarios no pretendieron nunca afianzar su movimiento en la masificación, esto es, en lo cuantitativo. Valía más la cualidad de un solo legionario que la suma abrumadora de millones de seres carentes de aspiraciones superiores. Lo que hubiera sido aberrante en la Edad Media, lo llevaron a la práctica los tiempos modernos con la imposición de los ejércitos nacionales, llegando a aplicar el servicio militar obligatorio -nivelador- incluso para aquellos que nunca comprendieron ni comprenden hondamente la vida de milicia. De este espíritu masificador, homogeneizante, propio de la revolución burguesa, de pretensiones igualitarias que todo lo reduce a la vida de los negocios y que ha hecho del mercado una hipertrofia, la Legión San Miguel Arcángel se apartaba. «Nadie» -escribió Codreanu- «debe intentar convencer a otro para que se haga legionario». Cada cual debía llegar al «nido» en virtud de una llamada interna, y la Legión, fiel a su criterio aristocrático, aceptaba o no aceptaba tras un período no corto de prueba. No importaba, por tanto, ser muchos, sino mejores: la elite de la Rumanía cristiana. La Legión combatía a los deshonestos, los litigantes, los escandalosos, los presuntuosos, los vanidosos, los soberbios, los miedosos, los viles… y quienes tuvieran o hubieran tenido comercio político de cierta importancia o hubieran desempeñado cargos relevantes en los partidos.

Y no es que en un futuro Estado Legionario no pudiera haber ministros que no pertenecieran a la Legión de San Miguel Arcángel. En el gobierno, no todos tenían por qué ser legionarios. Ahora bien, sólo podría entrar en la Legión en función de los principios y estilo ya aludidos. Era una razón de celo y guardia espiritual, que se llevó hasta las últimas consecuencias.

Cuando ya muerto Codreanu, en el martirio, y tras el triunfo de la Legión, gobernaban Rumanía el General Antonescu y Horia Sima, sucesor del «Capitán», cuando aquel quisiera hacerse nombrar «conductor» máximo del Movimiento, tal vez para emular a Franco, la Legión no lo aceptó, porque el General Antonescu nunca se había mostrado antes interesado en su incorporación al Movimiento y porque la Legión de San Miguel Arcángel era todo menos un reducto donde pudieran tener lugar cualquier tipo de adulteración en virtud de una circunstancia política, por muy lógica que ésta pudiera parecer. Si la Legión hubiera sido un partido político más, como tantos otros, problemas como el de Antonescu no se habrían producido en ningún caso, pero es que la Legión no era un partido político, era otra cosa…

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