El triunfo de la voluntad. Por Matt Koehl

Triumph des Willens.

El famoso documental del Congreso Nacionalsocialista de 1934 en Núremberg representa la perfección de una nueva forma de arte. Nunca antes ni después se han unido la técnica, la composición y el contenido para lograr un efecto más espectacular.

Detrás de las imágenes clásicas de la obra maestra cinematográfica de Leni Riefenstahl, sin embargo, hay algo que suele pasarse por alto.

A petición del Führer, la película recibió el nombre por el cual se la conoce. ¿Por qué eligió este título en particular? ¿Qué mensaje estaba tratando de transmitir?

Hacer estas preguntas supone considerar la dinámica interna de nuestro Movimiento. De hecho, supone preguntar cómo fue posible la primera gran victoria del nacionalsocialismo.

Aquí es importante darse cuenta de que el éxito no se logró mediante ilusiones o por un mero accidente. Más bien, fue el resultado de una increíble lucha de 14 años contra todo enemigo imaginable.

Solo diez años antes de su milagroso triunfo, el Movimiento había sido aplastado, su Líder encarcelado y sus seguidores dispersados. Sus perspectivas de éxito eran inexistentes. La idea de que algún día vencería a los grandes partidos e instituciones de la época solo podría parecer un sueño patéticamente ridículo.

Sin embargo, una década más tarde, lo «imposible» había sucedido, y el sueño «ridículo» se había convertido en realidad. El Movimiento había vencido. ¿Cómo fue posible?

Si examinamos atentamente esta pregunta, descubriremos la respuesta en un factor decisivo: la voluntad. Voluntad basada en una nueva idea y una nueva fe.

Esa voluntad no aceptaba un «no» como respuesta. No toleraba ninguna oposición. No se cansaba ni renunciaba. No capitulaba. Nunca cedía.

Esa voluntad era seria. Esta decidida a vencer, a hacer todo lo que fuera necesario para triunfar, sin importar el sacrificio o el tiempo que pudiera necesitar.

Esa voluntad comenzó con un hombre y se convertió en la voluntad colectiva de un cuerpo de hombres y mujeres, para los que un futuro mejor era más valioso que incluso sus propias vidas. Los prestó a la acción y los impulsó hacia adelante, a pesar de los obstáculos y contratiempos.

Y al final, como una recompensa por su persistencia y fidelidad, vencieron. ¡Su voluntad había triunfado!

En cambio, nuestra falta de éxito hoy puede atribuirse -simplificando- a todo lo contrario. Si se hiciera un documental sobre nuestro dilema actual, su título apropiado sería El fracaso de la voluntad: fracaso por parte de nuestra raza como conjunto, pero fracaso -fracaso moral- especialmente por parte de aquellos que dicen ser los más concienciados en nuestro futuro racial. Ese es el quid de nuestro problema.

Voluntad. Eso significa «querer».

¿Qué queremos? ¿Cuánto lo queremos? ¿Cómo de importante es para nosotros? ¿Qué estamos dispuestos a hacer para conseguirlo?

En las respuestas a estas preguntas yace la definición de nuestros propios valores, realmente, de nuestra personalidad y nuestra verdadera identidad.

Para aquellos que han convertido la Causa de Adolf Hitler y su Nuevo Orden en el centro de sus vidas, solo puede haber una serie de valores que tengan un significado y una importancia reales. Esos valores se expresan en un deseo común, una determinación común, una voluntad común, una voluntad nada diferente a la que produjo aquel anterior triunfo, una voluntad que se mantiene hoy como el garante de nuestra victoria final.

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