De vuelta a las trincheras. Por Klas Lund

Publicado originalmente en Nordic Resistance Movement.


Como todos los oficiales saben, se necesita algo más que argumentos inteligentes para evitar que un grupo de soldados abandone el campo de batalla. Para hacer que los suecos se pongan de pie y luchen por su gente, necesitaremos mucho más que solo argumentos convincentes. En algunos casos, probablemente tendremos que dar ejemplos de los más débiles y cobardes. Además de utilizar el enfoque de «palo y zanahoria», la organización encargada de detener la retirada debe estar dotada de una voz fuerte y una fuerza física imponente.

Imaginemos que estamos en guerra, desplegados cerca del frente, un área llena cráteres y búnkeres, alambre de espino y vehículos militares destruidos. Algo ha pasado aquí, los soldados suecos en pánico huyen desordenados, alejándose de sus trincheras hacia una seguridad imaginaria. Nadie quiere quedarse ante la lluvia de balas, nadie quiere ser destruido en pedazos por las bombas. Casi nadie se atreve a quedarse en sus trincheras; aquellos que permanecen no pueden ofrecer ninguna resistencia significativa. El ejército está en plena retirada, el enemigo ganando cada vez más territorio. Toda autoridad ha desaparecido, solo el enemigo parece tener un plan establecido ejecutado por líderes diestros y hábiles. Por nuestra parte, toda la organización se ha derrumbado: algunas divisiones continúan la batalla por sí mismas, pero son solo una pequeña molestia para el enemigo y no pueden detener su avance en absoluto.

Propaganda enemiga

Esta es la situación en la que nos encontramos. Los hombres suecos huyen en desorden. El enemigo tiene la iniciativa, puede elegir el momento y el lugar para cada batalla decisiva. Nuestros enemigos están llevando a cabo una guerra psicológica, están altamente capacitados para desmoralizar a nuestros hombres que deberían estar luchando en el frente, así como al resto de la población.

Los agentes del enemigo dividen y conquistan agitando la lucha de clases y de géneros, tratan de desviar la atención de la gente de la batalla en cuestión hacia ilusiones más triviales y «cómodas». Sus agentes esparcen todo tipo de drogas entre la gente para debilitarla aún más. A través de sus agentes, difunde ideas falsas y subversivas, apoya todo tipo de supersticiones y engaños. El enemigo nos dice que Suecia pertenece a todos, y que en cuanto cesemos nuestra resistencia y renunciemos a nuestros malos prejuicios y sospechas, todo irá bien, todos viviremos en paz en una democracia agradable y utópica. También nos dice que la ocupación ya es un hecho inmutable: los extranjeros están aquí para quedarse, «todos tenemos que acostumbrarnos a ello», «los suecos deben aprender a vivir y aceptar a la nueva sociedad extranjera». Aquellos que resisten son descritos como malvados «nazis», «racistas» y «criminales». La religión organizada es movilizada por nuestros enemigos para convertirla en un caballo de Troya, erosionando desde dentro el sentido de unión y comunidad del pueblo. Sacerdotes y obispos toman una postura activa a favor de los extranjeros, proclamando que los que se resisten a ellos son «malos». El parlamento está lleno de cobardes serpientes que se arrastran a las órdenes de sus nuevos amos extranjeros. Los extranjeros violan a cientos de mujeres suecas, jóvenes suecos son apuñalados en las calles de las principales ciudades. Los ancianos son asaltados y atracados en las ciudades y en el campo. Nuestros antepasados ​​y nuestra cultura son despreciados. Todo tipo de manifestaciones enfermas son promovidas por la propaganda enemiga. Tanto las personas como la naturaleza son explotadas. Todo lo noble y honorable es pisoteado.

La victoria es lo que importa

La retirada tiene que ser detenida. Reanudar la batalla es imperativo. Los hombres que huyen deben ser obligados a regresar a las trincheras. La única pregunta es cómo hacer que esto suceda.

He visto a oficiales y soldados, que han sido víctimas de la desinformación del enemigo, tratando de detener la huida del pueblo sueco usando argumentos y palabras bonitas. Esto siempre ha fallado. He visto pequeños grupos de hombres suecos tratando de combatir al enemigo, los he visto pelear con malas tácticas sin ninguna estrategia mayor. He visto a algunos hombres luchar simplemente por la lucha, sin pensar dos veces en cuáles serán las consecuencias para ellos, auténticos idealistas que están dispuestos a sacrificarse por su pueblo.

En el fragor de la batalla, a menudo olvidamos que el objetivo general debe ser alcanzar la victoria. Todo lo demás debe estar subordinado a esto. Nuestra estrategia y nuestras tácticas deben adaptarse a las condiciones del campo de batalla. El enemigo a menudo difunde desinformación sobre nosotros. Quiere evitar que usemos tácticas efectivas a toda costa. Sabe que tiene agentes infiltrados entre nosotros, «oficiales» que ordenan a sus soldados apuntar en la dirección equivocada, «soldados» que difunden rumores falsos y otros que sabotean nuestros esfuerzos de distintas maneras. Los métodos son muchos, y hasta ahora han tenido éxito.

Como todo oficial sabe, o debería saber, no tiene sentido tratar de evitar que sus hombres huyan usando palabras bonitas, ni argumentos inteligentes para tratar de convencerlos de que regresen a las trincheras. No, los argumentos racionales y civilizados solo harán que sigan corriendo.

La mayoría de los suecos han estado bajo la influencia de la propaganda destructiva del enemigo desde que eran niños. Inmaduros y desleales, creen que lo único sensato es alejarse lo máximo posible del ruido de la batalla. Para la mayoría de ellos, esta faceta egoísta de su personalidad es la que desafortunadamente controla ahora sus acciones. Algunos huyen porque son cobardes, otros porque están confundidos, pero la mayoría huyen simplemente porque «todos los demás lo están haciendo». La realidad es que la mayoría de los hombres suecos, aunque nunca lo admitirían en público, apoya nuestra causa. Pero están desmoralizados, carecen de liderazgo, creen que el enemigo tiene toda la autoridad, que luchar es inútil. Nadie ha logrado transformar sus sentimientos en palabras, argumentos y acciones. Sí, es verdad que cierta escoria ha cambiado de bando y ahora está trabajando de forma más o menos activa para el enemigo. Pero estos son los elementos más bajos y peores de la población: son ratas inmundas que se pusieron del lado del enemigo, ya sea para beneficio personal o porque estaban muy confundidos o simplemente enfadados. Estas ratas pueden parecer «mejores» y más numerosas de lo que realmente son, porque el enemigo las describe constantemente como «modelos a seguir», «líderes» y «celebridades» en su propaganda. Todos podemos verlos a diario en la televisión, maquillados y dirigidos como títeres en una brillante, pero trágica y repugnante, exhibición.

Los suecos se han permitido acurrucarse en una condición de sueño, olvidando que la razón por la cual suceden guerras y colonizaciones siempre ha sido la necesidad de una potencia de adquirir más territorios y recursos cuando su hábitat natural se ha agotado.

La cobardía debe ser castigada

Está muy bien apelar al lado noble de las tropas. Sin embargo, la cruda verdad es que los soldados deben ser empujados ​​hacia las trincheras, mientras se les dice que la cobardía es lo peor que se puede imaginar y que la lucha por la supervivencia de nuestro pueblo es de suma importancia.

Los oficiales necesitan gritar y amenazar, alentar y ordenar. Algunos de ellos necesitan dar buen ejemplo, pero solo después de haberse ganado la confianza de sus hombres. A algunos desertores se les debe disparar o castigar severamente, no porque sea «lo correcto» sino porque se debe dar ejemplo para que los demás entiendan que la cobardía puede ser más costosa que la valentía.

Un núcleo duro

Para lograr esto, se debe formar un grupo de oficiales y soldados incondicionales y realistas en algún momento durante la retirada, personas que a su vez usen el palo y la zanahoria para hacer que un número creciente de suecos se unan a las filas. Pero para ello necesitamos disciplina, bravura y autoridad basada en la fuerza.

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