Hitler y Piłsudski. Por Santos Bernardo

Tras la Primera Guerra Mundial los incidentes de todo tipo entre Alemania y Polonia, fruto de las contestadas fronteras marcadas por el Tratado de Versalles, se habían sucedido de forma incesante. El fin de la república weimeriana y la subida al poder del beligerante y pangermanista NSDAP no augura precisamente una mejora de las relaciones. Sin embargo y para sorpresa de casi todos, el nacionalista y autoritario mariscal que rige los designios de Polonia, Józef Piłsudski, y el nuevo canciller del Reich, Adolf Hitler, pronto van a entablar un buen entendimiento.

En su obra dedicada al primer año de gobierno nacionalsocialista, que vería afianzado su poder y marcaría los decisivos cambios que iba a experimentar Alemania, el historiador germano Georg Franz-Willing reproduce un informe del embajador alemán en Varsovia, en cuyo inicio da buena cuenta de las simpatías que ambos lideres se dispensan:

«Gracias a los perseverantes esfuerzos del canciller del Reich y a la juiciosa actitud del mariscal Pilsudski, pudo en el transcurso del mes de noviembre [de 1933] desarrollarse el borrador de un pacto de no-agresión germano-polaco. El embajador alemán [Hans Adolf von] Molkte informaba el 28 de noviembre acerca de una conversación con el Mariscal [AKTEN ZUR DEUTSCHEN AUSWÄRTIGEN POLITIK, SERIE C, II, 1, NR. 90 DE 28/XI/1933]:
«“El Mariscal, que durante la charla se apartó gustosamente de temas técnicos para intercalar recuerdos personales, la mayoría de tipo militar, intelectualmente produce una viva impresión, corporalmente empero una extremadamente frágil y envejecida por encima de su edad. Su posición fundamental a las cuestiones planteadas estuvo marcada por un expresivo y reiterado reconocimiento de simpatía hacia la personalidad del canciller del Reich, cuya sincera voluntad de paz subrayó en el transcurso de la conversación por medio de una sonora y casi polémica observación dirigida al señor [Josef] Beck [ministro de Asuntos Exteriores polaco de 1932 a 1939 -nota de SB]”»1.

Las negociaciones entre ambas partes pronto fructifican y al poco de comenzar el nuevo año se alcanza el ansiado acuerdo. “Datos de la Historia del NSDAP”, una publicación auspiciada por el partido nacionalsocialista que recogía año a año los principales acontecimientos políticos del período hitleriano, reflejó al respecto:

«26 de enero de 1934: Como primer fruto de la política de paz de Hitler, el ministro de Exteriores del Reich, von Neurath, y el embajador polaco Josef Lipski (quien el 15 de noviembre del año anterior sostuviera un decisivo encuentro con el Führer), firman por un período de diez años el Acuerdo de Cooperación germano-polaco, ratificado en Varsovia el 24 de Febrero»2.

Cuatro días más tarde y coincidiendo con el primer aniversario de su llegada al poder, en su conmemorativo discurso del 30 de Enero el Führer hace referencia en el Reichstag a dicho Acuerdo:

«Por esta razón y a fin de cumplimentar tales propósitos, también en el primer año el gobierno alemán se ha esforzado por alcanzar una nueva y mejor relación con el Estado polaco.
«Cuando el 30 de enero me hice cargo del gobierno, me parecieron más que insatisfactorias las relaciones entre ambos países. Se corría el peligro de que las indudables diferencias existentes, producto en parte de las cláusulas territoriales del Tratado de Versalles, y en parte de la mutua irritabilidad originada por las mismas, fuesen forjando poco a poco una hostilidad que fácilmente, de prolongarse, podía adquirir el carácter de una recíproca y hereditaria carga política.
«Abstracción hecha de los peligros inminentes que latían en él, semejante proceso sería por siempre un impedimento para una beneficiosa colaboración entre ambos pueblos.
«Alemanes y polacos tendrán que avenirse recíprocamente al hecho mismo de su existencia. De ahí que sea más sensato conformar un estado de cosas que mil años no han sido capaces de disipar, ni que tampoco tras nosotros será disipado, de forma que pueda extraerse un máximo provecho para ambas naciones.
«Me pareció necesario además demostrar, mediante un ejemplo concreto, que las indudables diferencias existentes no deben impedir encontrar en la vida de las naciones esa forma de trato recíproco que es más provechosa para la paz y por ende al bienestar de los pueblos, que la paralización política y finalmente también económica que forzosamente ha de surgir de un permanente estado de acecho y mutua desconfianza.
«Me pareció igualmente más correcto intentar en tales casos tratar los problemas pertinentes a ambos países en un franco y abierto diálogo entre dos, que confiar constantemente a terceros y cuartos con dicha tarea. Por lo demás, cualesquiera que fueran en el futuro las diferencias entre ambos países, el intento de remediarlas con acciones militares no estaría en relación alguna, por sus efectos catastróficos, con las posibles ganancias.
«De ahí la satisfacción del gobierno alemán al encontrar en el Führer del actual Estado polaco, el mariscal Piłsudski, la misma amplitud de miras, y fijar este mutuo reconocimiento en un Tratado que en idéntica medida será provechoso no sólo a los pueblos polaco y alemán, sino que representa igualmente una alta aportación al sostenimiento de la paz general.
«A su vez el gobierno alemán está deseoso y dispuesto a atender en el sentido de este Tratado las relaciones político-económicas con Polonia, de tal modo que también en este ámbito, al estado de estéril reserva le pueda suceder un período de provechosa colaboración.
«Nos llena asimismo de especial satisfacción que en este mismo año al gobierno nacionalsocialista de Danzing le fuera posible llegar a un esclarecimiento análogo en sus relaciones con el vecino Estado polaco»3.

El domingo 12 de mayo de 1935 fallece Piłsudski a la edad de 67 años. Tal como recoge un texto de la editorial del NSDAP, el Führer hace llegar al presidente del Estado polaco, Ignacy Mościcki, un telegrama de condolencia cuya parte final reza:

«Polonia pierde en el difunto Mariscal al forjador de su nuevo Estado y a su más leal hijo. Junto con el pueblo polaco también el pueblo alemán lamenta la muerte de este gran patriota, que por medio de su plenamente comprensiva cooperación con Alemania no sólo prestó un gran servicio a nuestros mutuos países, sino que por encima de ello ha proporcionado la más valiosa aportación a la paz de Europa»4.

La expresión de su pesar la hizo extensible a la viuda del Mariscal. En palabras del historiador Max Domarus:

«Tras la noticia del fallecimiento del mariscal polaco Piłsudski, Hitler envió el 13 de mayo a su viuda, la señora Alexandra Piłsudski, el siguiente telegrama de condolencia:
«“La luctuosa noticia del fallecimiento de su señor esposo, su Excelencia el mariscal Piłsudski, me ha conmovido de la manera más dolorosa. Reciba usted, altamente venerada y agraciada señora, y su familia, mi profundamente sentida condolencia. Al difunto le guardaré firmemente un agradecido recuerdo.
“Adolf Hitler. Canciller de Reich alemán.

«A los actos de duelo en Varsovia y Cracovia Hitler envió como su representante a Göring, y él mismo tomó parte el 18 de mayo a las 11h. en el requiem por Piłsudski oficiado en la berlinesa catedral católica de St. Hedwig [DNB (DEUTSCHES NACHRICHTENBÜRO) CRÓNICA DEL 18/V/36]»5.

Con motivo de la campaña electoral para renovar el Reichstag, cuyas elecciones fueron fijadas para el 29/III/36, Hitler inicia una gira de actos electorales por Alemania. El 12/III/36 habla ante el estadio de las Escuelas Superiores de Karlsruhe (“Karlsruher Hochschu-lkampfbahn”). Tras hacer hincapié en los esfuerzos de su gabinete por mejorar el entendimiento de Alemania con sus pueblos vecinos e impulsar una política de paz, en el caso concreto de Polonia se refiere a Piłsudski aun cuando sin mencionar su nombre:

«Hace tres años, cuando Alemania se encontraba en el más hondo antagonismo con Polonia, logré reducir progresivamente dicha tensión, y gracias al profundo entendimiento de otro gran líder y hombre de Estado, lentamente se consiguió acercar a ambos pueblos»6.

Tras el Acuerdo de Berchtesgaden del 12/II/38 entre el Führer y el canciller austríaco Schuschnigg, que debía iniciar el deshielo entre ambos gobiernos, el 20/II/38 Hitler da cuenta del mismo ante el Reichstag al tiempo que expone sus directrices en política interior y exterior. También esta vez Hitler cita a Piłsudski sin nombrarlo:

«En el quinto año tras el primer gran acuerdo exterior del Reich, nos llena de franca satisfacción poder constatar que precisamente en nuestras relaciones con el Estado con el que teníamos quizá los mayores antagonismos, no sólo ha tenido lugar una distensión, sino también en el transcurso de los años una aproximación cada vez más amistosa. Y sé muy bien que esto se debe en primer lugar a la circunstancia de que entonces no existía en Polonia un parlamentarismo occidental, sino un mariscal polaco que como eminente personalidad percibió el importante significado europeo de dicha distensión germano-polaca. Esta labor, considerada entonces con escepticismo por muchos, ha resistido entretanto la prueba, y bien puedo decir que desde que la Liga de Naciones ha desistido finalmente de sus reiterados inten-tos perturbadores en Danzing, y nombrado como nuevo comisario a una persona de verdadera capacidad y prestigio [el suizo Dr. Carl Jakob Burckhardt -nota de SB], el lu-gar más peligroso para la paz de Europa ha perdido completamente su amenazadora importancia»7.

A finales de 1938 Alemania sondea a Polonia con la firma de un nuevo Tratado por espacio de veinticinco años, que a cambio de la reincorporación de Danzing al Reich y el establecimiento de extraterritoriales vías férreas y autopistas que unan ambas Prusias, ofrece un reconocimiento de las actuales fronteras así como diversas ventajas económicas. Sendos encuentros entre el ministro alemán de Asuntos Exteriores, Joachim von Ribbentrop, y el embajador polaco Josef Lipski, tenidos lugar el 24 de octubre y el 19 de noviembre de 1938 en Berchtesgaden y Berlín respectivamente, no llegan a acuerdo alguno. El ministro de Exteriores polaco, Josef Beck, se entrevista con Hitler el 5/I/39 en Berchtesgaden, y al día siguiente con von Ribbentrop en Múnich, nuevamente con resultado infructuoso8. Poco después, en su tradicional discurso del 30 de enero, y pese al fracaso de las negociaciones que se suma a la creciente tensión diplomática fruto de la incorporación al Reich de Austria y los Sudetes, Hitler reitera el clima de buen entendimiento con el Estado polaco:

«En estos días se cumple el quinto aniversario de la conclusión de nuestro pacto de no-agresión con Polonia [26/I/34]. Sobre el valor de dicho acuerdo apenas hay hoy diferencias de opinión entre todos los auténticos amigos de la paz. Sólo hace falta plantearse la pregunta sobre adónde habría llegado tal vez Europa de no haberse producido este arreglo verdaderamente salvador. El gran Mariscal y patriota polaco prestó con ello a su pueblo un servicio tan grande como a su vez hiciera la jefatura del Estado nacionalsocialista al alemán. También en los turbulentos meses del pasado año la amistad germano-polaca fue una de las más apaciguadoras muestras de la vida política europea»9.

La declaración de independencia de Eslovaquía y la consiguiente disolución del Estado checo el 15/III/39, que pasa a convertirse en el Protectorado de Bohemia y Moravia bajo tutela alemana, son percibidas por Polonia como una clara amenaza a su integridad. El 21 de marzo von Ribbentrop hace entrega oficial al embajador polaco de la ya citada propuesta de un nuevo Tratado. Dos días después Polonia declara una movilización parcial de su ejército en la frontera alemana, y el día 26 rechaza formalmente dicho Acuerdo tras contar con las garantías del gobierno británico, que el 6 de abril se materializan mediante la firma un pacto defensivo al que también se suma Francia.

El 28/IV/39 Hiter habla ante el Reichstag en respuesta al telegrama que el presidente estadounidense Roosevelt le enviara dos semanas atrás, y en el que declaraba a Alemania como una amenaza a la paz mundial. En él se refiere igualmente a la movilización del ejército polaco y a la garantía franco-británica, que constituye un automático fin al Acuerdo que firmara con Polonia el 26/I/34.

De su larga alocución al respecto, se reproduce aquí la parte en la que una vez más Hitler rememora al fenecido Mariscal artífice de aquel Tratado:

«Sobre las relaciones entre Alemania y Polonia no hay mucho que decir. También aquí el Tratado de Paz de Versalles, naturalmente de forma intencionada, infligió a Alemania la más grave herida. Mediante la peculiar fijación del corredor que da acceso a Polonia al mar, se debía en especial evitar por siempre un entendimiento entre Alemania y Polonia. Éste problema quizá sea, como ya acentué, el más doloroso de Alemania.
«Sin embargo, nunca he dejado de sostener la concepción de que la necesidad para el Estado polaco de un libre acceso al mar no puede ser ignorada, y que en absoluta esencia tampoco aquí las naciones que la Providencia ha destinado, o si se quiere, condenado a vivir una al lado de la otra, han de amargarse la vida de manera artificial e innecesaria.
«El difunto mariscal Pilsudski, que era de la misma opinión, estuvo consiguientemente dispuesto a examinar la cuestión de desintoxicar las relaciones entre Alemania y Polonia, y cerrar finalmente un acuerdo por el que Alemania y Polonia expresaron su determinación a renunciar a la guerra como medio para regular sus relaciones bilaterales»10.

El 1 de septiembre estalla la guerra entre ambas naciones. El día 19 Hitler visita la liberada ciudad de Danzing, y en el Artushof, la gran sala medieval de reminiscencias artúricas, sostiene su primer discurso público radiado desde que declarara en el Reichstag el estado de guerra con Polonia. Pese a que aún continúan las hostilidades bélicas, nuevamente alude con respeto al recordado mariscal polaco:

«Antaño me esforcé en trazar al Oeste y Sur del Reich fronteras definitivas, y con ello salvar territorio a territorio de la inseguridad política para asegurar allí la paz en el futuro. El mismo empeño tuve aquí en el Este.
«Por entonces gobernaba en Polonia un hombre de innegable visión realista y capacidad de acción. Me fue posible lograr un acuerdo con el mariscal Piłsudski que debía allanar el camino a un entendimiento pacífico entre ambas naciones; un acuerdo que con plena omisión al Tratado de Versalles, asegurase cuando menos el fundamento para una convivencia sensata y soportable.
«En tanto que vivió el Mariscal, pareció que este intento quizá pudiese aportar una distensión a la situación. Sin embargo, inmediatamente tras su fallecimiento se estableció de nuevo una fortalecida lucha contra la germanidad. Esta lucha, que se exteriorizó en multitud de formas, amargó y envenenó en medida creciente las relaciones entre ambos pueblos. A la larga me fue muy difícil observar pacientemente como en una tierra, en la que ya a Alemania se le había infligido la más dura injusticia, las minorías alemanas allí vivientes eran perseguidas en una forma genuinamente bárbara»11.

El 27 de septiembre capitula la capital polaca. El 5 de octubre Hitler llega a Varsovia y al mediodía desfilan ante él los regimientos alemanes artífices de la recién lograda victoria. Seguidamente visita el pequeño castillo de Belvedere, antigua residencia del mariscal Piłsudski que tras su fallecimiento se había erigido en centro de su legado y recuerdo. Ese día la agencia oficial germana DNB informa al respecto:

«En la entrada del castillo permanece una guardia de honor de la Wehrmacht alemana. El Führer se detiene brevemente ante la sala de trabajo del gran difunto que proporcionó a su pueblo la paz; una paz que lo hombres que asieron el poder tras el fallecimiento del Mariscal traicionaron de forma tan vergonzosa»12.

En el Partido dicha alta consideración no es exclusiva de Hitler, pues resulta igualmente compartida por su ministro de Propaganda. Ya a los pocos meses de fallecer Piłsudski, Goebbels confía a su diario haber leído con entusiasmo una biografía novelada del mariscal, “Lebens Piłsudski”, y en él califica a éste como «”Un hombre, un luchador, un héroe nacional”»13. Ya fuese por propia iniciativa o siguiendo el ejemplo de su Führer, apenas un mes después que éste lo hiciera, Goebbels en su viaje a la recientemente conquistada Varsovia también rinde visita al castillo-residencia de Pilsudski14. Para entonces empero el sueño de un entendimiento germano-polaco se ha desvanecido con la guerra.


1.- Georg Franz-Willing: “1933. Die nationale Erhebung”. Druffel Verlag. Leoni am Starnberger See, 1982. Pág. 248.
2.- Hans Volz: “Daten der Geschichte der NSDAP”. Verlag A.G. Ploetz. Berlín/Lepizig, 1943. Pág. 60.
3.- Domarus, Max: “Hitler Reden und Proklamationen. 1932 bis 1945”. R. Lowit Verlag. Wiebaden, 1973. Tomo I, pág. 357.
4.- Dr. Adolf Dresler & Fritz Maier-Hartmann: “Dokumente des dritten Reiches”. Franz Eher Nachf. Múnich, 1940. Pág. 239.
5.- Domarus, Max: “Hitler Reden und Proklamationen. 1932 bis 1945”. R. Lowit Verlag. Wiebaden, 1973. Tomo II, pág. 504.
6.- Domarus, Max: “Hitler Reden und Proklamationen. 1932 bis 1945”. R. Lowit Verlag. Wiebaden, 1973. Tomo II, pág. 604.
7.- Domarus, Max: “Hitler Reden und Proklamationen. 1932 bis 1945”. R. Lowit Verlag. Wiebaden, 1973. Tomo II, pág. 802.
8.- Hans Volz: “Daten der Geschichte der NSDAP”. Verlag A.G. Ploetz. Berlín/Lepizig, 1943. Pág. 81 y 82.
9.- Domarus, Max: “Hitler Reden und Proklamationen. 1932 bis 1945”. R. Lowit Verlag. Wiebaden, 1973. Tomo III, pág. 1065.
10.- Domarus, Max: “Hitler Reden und Proklamationen. 1932 bis 1945”. R. Lowit Verlag. Wiebaden, 1973. Tomo III, pág. 1161.
11.- Domarus, Max: “Hitler Reden und Proklamationen. 1932 bis 1945”. R. Lowit Verlag. Wiebaden, 1973. Tomo III, pág. 1356.
12.- “DNB Bericht üblr Hitlers Warschau-Besuch von 5.10.1939”. Citado por Domarus, Max: “Hitler Reden und Proklamationen. 1932 bis 1945”. R. Lowit Verlag. Wiebaden, 1973. Tomo III, pág. 1376.
13.- Ralf Georg Reuth: “Joseph Goebbels: Tagebücher”. Piper Verlag. Múnich, 2003. Tomo II, pág. 919 (apun-te del 11/XII/1935).
14.- Ralf Georg Reuth: “Joseph Goebbels: Tagebücher”. Piper Verlag. Múnich, 2003. Tomo II, pág. 1341 (apunte del 2/XI/1939).

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