Ahí avanzaba la nueva Alemania. Por Friedrich Joachim Klälm

¡Septiembre de 1932! Todavía imperaba el antiguo Sistema; los peces gordos desde sus oficinas se aferraban a su supuesta dignidad, y la policía seguía manejando sus porras cruelmente. Pero nosotros nos manteníamos firmes. Queríamos demostrar a esa gente que sus posiciones se derrumbaban y enseñarles con qué fe esperábamos el futuro del Reich de Adolf Hitler.

La unidad de las SA tenía que ser defendida. Por esta razón nos llamaron una noche para acudir a una reunión en el palacio de sesiones de la capital de la provincia.
Se prohibía a las tropas de asalto marchar en formación. Si cuatro o cinco hombres acudían juntos a la reunión, un coche patrulla aparecía de repente y la policía comenzaba a sacudir sus porras sin previo aviso.
Cantar estaba prohibido.
Llevar estandartes estaba prohibido.
Trasladarse en camiones, automóviles privados, bicicletas y otros medios estaba prohibido.
También les estaba prohibido a las unidades de las SA permanecer fuera de la sala de reunión. La chusma se agolpaba en las calles. Pero en esta ocasión no se atrevieron a hacerse demasiado notorios con sus gritos o escupitajos, ya que podían ser golpeados.
Estos amigos de la oscuridad esperaban a los individuos aislados de las SA en oscuros portales y calles solitarias. Los coches patrullas de la policía resonaban sobre las empedradas calles y sus reflectores buscaban entre la multitud que se dirigía hacia el salón de sesiones, para ver si entre ella se ocultaba alguna formación de las SA.
Las patrullas de policía se dirigieron a una oscura habitación tras el salón, no para protegernos de los comunistas que merodeaban en los alrededores, sino para buscar camisas pardas que pudieran caer víctimas de sus porras.

El salón de reuniones, que podía albergar 7.000 personas, estaba alegremente decorado, por lo menos en la medida en que la policía lo había permitido, ya que un despliegue de carteles con inscripciones era considerado un peligro para la República.
Un gigantesco rectángulo se mantenía iluminado en medio del salón. Los asientos de derecha a izquierda se hallaban ocupados desde hacía largo rato por personas civiles, parientes de miembros de las SA, sus mujeres e hijos, y por muchas personas para quienes las SA habían llegado a ser su última esperanza y su última fe en la patria.

De forma excepcional, la policía permitió a las tropas de asalto mantenerse en formación fuera del salón. Pero esta noche ocurrió lo de siempre. El teniente al cargo (Krauth era el apellido de este canalla) de las fuerzas de policía hacía oídos sordos de este permiso concedido por las autoridades policíacas y tuvieron que hacerse muchas llamadas telefónicas antes de que el asunto quedara aclarado en nuestro favor.
Pero la fricción ya había comenzado. Los miembros de las SA formaron en bloque, hombro con hombro, cuarenta hombres en cuarenta filas, portando los estandartes en las primeras filas.
Este bloque de hombres debía avanzar a través de las puertas del salón de sesiones a los acordes de la marcha «Badenweiler», en un amplio frente para ocupar en el salón el espacio que había quedado libre.
La banda de música de las SA ya había comenzado ya tocar, sin embargo las SA no aparecían, puesto que el teniente Krauth no permitía que se abrieran las puertas.
El portaestandarte discutía con el teniente y el jefe de la Milicia Republicana, mientras las SA permanecían en posición de descanso.
Se intercambiaron palabras duras. En el momento en que el teniente comenzó a gritar y ya estaba a punto de ordenar a sus hombres que arrestaran al portaestandarte, éste ordenó a sus hombres con voz fuerte y clara: «Despejad el camino».
Los hombres avanzaron en bloque y la policía retrocedió frente al rítmico paso de las botas de los hombres de las SA. Lentamente, el bloque que formaban se abrió paso y penetró en el interior del salón. La música rugió y los asistentes se pusieron en pie saludando con el brazo en alto. Los ojos brillaban, muchos estaban llenos de lágrimas. Ahí avanzaba la nueva Alemania. La antigua Alemania volvía a despertarse. Ellos eran los hombres que nos salvarían; los que representaban nuestro futuro.
Brotó la alegría y desapareció el temor y el odio a la policía. ¿Qué significaba que sus hombres permanecieran aún allí, confusos, con sus caras llenas de zozobra, intentando preservar su corrupto sistema? Pronto serían olvidados y barridos, ¡liquidados! ¡Alemania iba a despertar!

Resonó una voz de mando y las SA se pusieron en posición de firmes.
El portaestandarte ascendió a la amplia tribuna. Con su mirada recorrió a sus hombres, a sus estandartes y a la multitud que aguardaba a los futuros hombres del Tercer Reich. En una reunión de este tipo no solía atacarse al sistema vigente, pero el orador no pudo contenerse y lanzó una aguda crítica al excesivo celo de la policía que se hallaba presente. Declaró que los nacionalsocialistas no podíamos permitir que aquellos hombres que estaban allí con sus uniformes verdes, supuestamente para preservar el orden y la paz, siguieran ejerciendo la misma función en nuestro Tercer Reich, y agregó que si bien hoy se les llamaba aún policías, la verdad era que sólo extendían su protección a sus amigos. Cuando la cruz gamada ondee en breve en todos los edificios públicos, este fantasma verde desaparecerá.
Antes de que la policía hubiese entendido totalmente estas palabras y antes de los estruendosos aplausos que resonaron, el portaestandarte volvió de nuevo al tema de su discurso, y dijo «Vosotros no pertenecéis a las SA solamente durante estos años de lucha o durante la misión que estáis cumpliendo; lo sois para toda vuestra vida. Toda la energía fisica y espiritual que poseéis, todo vuestro tiempo y vuestros medios, absolutamente todo pertenece al pueblo, a la patria y al Führer, incluso vuestra vida misma. ¡Ahora el juramento! ¡Atención!»
La gente se levantó de sus asientos. El juramento de lealtad fue pronunciado, palabra por palabra, con voz fuerte y clara, por todos los hombres de las SA. Entonces el portaestandarte abandonó el estrado y todos los miembros de las SA dieron un paso adelante en sus filas y, colocando su mano sobre el estandarte, dijeron: «¡Se lo juro a mi Führer!»

Los himnos «Horst Wessel» y «Deutschland Lied» pusieron fin a tan inolvidable reunión.
Por la noche, las patrullas de la policía rugían por las calles. La policía estaba en un estado de alerta especialmente acentuado.
Los hombres de las SA retornaron a sus casas, uno a uno. Aquella noche muchas cabezas acabaron ensangrentadas, pero no solamente entre los nuestros, porque ya no se podía atacar impunemente a los hombres de las SA.
Con aquel acto, el dirigente de la unidad se despedía de sus tropas, pero no se lo dijo a nadie. El individuo no contaba, la idea lo era todo.

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